Frase

Conoce el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en México.


Cada año millones de personas acuden a rezar a María, la Madre "que nos lleva en su regazo", Ella también nos dice hoy: "No se perturbe tu corazón, no temas".

lunes, 4 de septiembre de 2023

- Guadalupe y la Evangelización 2023

La sagrada imagen de la Virgen de Guadalupe grabada en el ayate de Juan Diego (1531)

    "Hoy nos visita el Arzobispo de Toledo, te pedimos por él, que lo acompañes y fortalezcas en su misión, y por todo el pueblo español, de donde vino la fe a nuestras tierras, la fe que tú, hace ya 492 años, te mostraste de forma admirable en el ayate de San Juan Diego facilitando que nuestros pueblos originarios fueran capaces de descubrir “al verdadero Dios por quien se vive, Jesucristo, Nuestro Señor."

De la homilia del cardenal de México, Carlos Aguiar, en la Basílica de Guadalupe (3 septiembre 2023):

"San Pablo hoy, en la segunda lectura de la misa, invita a recordar la misericordia de Dios y a manifestarla a través de nosotros, como hostias vivas, como el verdadero culto; y para ello señala la importancia de no dejarnos llevar por los criterios de este mundo, y más bien discernir la voluntad de Dios y actuar en consecuencia".: Presenten sus cuerpos como hostias vivas, esa es la ofrenda existencial que le agrada a Dios, como lo hizo Jesús, por eso les dijo a sus discípulos: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí, la encontrará”. 

El arzobispo de Toledo ante el sagrado ayate de Juan Diego (3 sept 2023)

  Así lo hizo la Virgen María, se dejó conducir por el Espíritu Santo, y fue enviada a nuestras tierras de México, como María de Guadalupe, para mostrar “al verdadero Dios, por quien se vive”, para manifestar el amor de Madre, que nos acompaña ante las adversidades: “no estoy yo aquí que soy tu madre”; efectivamente como Madre tierna y cariñosa nos alienta y motiva a seguir a Jesús, y nos consuela ante el dolor, el sufrimiento, la enfermedad o ante cualquier adversidad.

  Hoy recibimos con gran alegría al Arzobispo Primado de España, a Mons. Francisco Cerro, Arzobispo de Toledo, quien nos ha entregado una hermosa imagen, tal como se venera en España para corresponder a nuestra visita al Santuario de Guadalupe en España, cuando concelebramos la Eucaristía y firmamos una declaración conjunta como hermanamiento de los dos Santuarios, bajo la advocación de María de Guadalupe.

  De esta manera, deseamos que las diversas advocaciones, a lo largo de la historia, que ha recibido “la Madre del verdadero Dios por quien se vive” sean reconocidas y veneradas, sabiendo que es la misma Virgen María, que concibió en su seno a Jesús, pero que cumple en diferentes países y lugares una misión específica para orientar y auxiliar a los discípulos de su Hijo Jesús.

             El arzobispo de Toledo ante el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, México (3 sept 2023)

Y al final de la homilia el cardenal de México dijo:

  Los invito ahora a mirar a Nuestra Madre, y expresarle nuestras situaciones y necesidades para que ella nos auxilie, y siempre que nos encontremos afrontando alguna adversidad o tragedia, no dejemos de acudir a Ella, así fortaleceremos nuestro espíritu y podremos salir adelante, como buenos discípulos de su Hijo Jesús.

  Acudimos a tí Madre Nuestra, y a Nuestro Padre Dios para que nos ayuden a ser conscientes, que es nuestra responsabilidad heredar en buenas condiciones nuestra Casa Común a todas las criaturas y especialmente a las generaciones futuras.

  Tú, Madre querida, bien conoces que Dios es amor, y que nos ha creado a su imagen para hacernos custodios de toda la creación. Abre nuestras mentes y toca nuestros corazones para que respondamos favorablemente, cuidando la creación.

  Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.

  Hoy nos visita el Arzobispo de Toledo, te pedimos por él, que lo acompañes y fortalezcas en su misión, y por todo el pueblo español, de donde vino la fe a nuestras tierras, la fe que tú, hace ya 492 años, te mostraste de forma admirable en el ayate de San Juan Diego Cuautlatoatzin, facilitando que nuestros pueblos originarios fueran capaces de descubrir “al verdadero Dios por quien se vive”, Jesucristo, Nuestro Señor.

  Hoy también pedimos por los maestros y estudiantes del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos; que cumple 20 años, ejerciendo el servicio, de manera Institucional y con alto nivel académico, todo lo referente al Evento Guadalupano.

  Todos los fieles presentes este Domingo nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe!.

miércoles, 23 de agosto de 2023

- Juan Diego evangelizador de América

"En México, al igual que en Lourdes y Fátima, María se apareció a una persona humilde y sencilla, un indio llamado Juan Diego, llevando así su mensaje a todo el Pueblo fiel de Dios. De esta manera, sigue el camino de la inculturación". (Papa Francisco 23 agosto 2023)

La historia de Juan Diego y la Virgen de Guadalupe ilustra cómo la fe arraiga en la cultura y lengua materna, según el mensaje predicado por el Papa Francisco. Él invita a visitar los santuarios marianos en México, Francia y Portugal.

El Papa reflexionó especialmente sobre el santuario dedicado a Santa María de Guadalupe, ubicado en la Ciudad de México, y sobre la figura de San Juan Diego, un vidente mariano nacido en 1474 en Cuautitlán, una región habitada por etnias chichimecas.

"En estos santuarios, la fe se recibe de manera simple y genuina, popular. La Virgen, como le dijo a Juan Diego, escucha nuestras lágrimas y alivia nuestras penas. Aprendemos que debemos recurrir a la madre en momentos de dificultad y también en momentos de felicidad para compartirlo".

San Juan Diego, sencillo y perseverante 

El Papa Francisco también enfatizó que la perseverancia de San Juan Diego nos enseñan a enfrentar los desafíos en la evangelización. "Es hermoso: la Virgen, en nuestra tristeza y desolación, nos dice en el corazón: 'No se turbe tu rostro ni tu corazón. ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre?' Siempre cercana para consolarnos y darnos fuerzas”.

El Papa presentó a Juan Diego como un hombre sencillo, recordando que en la humildad, Dios realiza maravillas. "Aquí está la sorpresa de Dios: cuando hay disposición y obediencia, Él puede hacer algo inesperado en momentos y formas imprevisibles. Así se construyó el santuario pedido por la Virgen y hoy es visitado”.

Además, señaló que Juan Diego "dedicó su vida al santuario" de Santa María de Guadalupe tras recibir el permiso del Obispo, convirtiéndose en evangelizador de los peregrinos.

Papa Francisco invita a visitar santuarios marianos, oasis de consuelo y misericordia | La Agencia Católica de Informaciones - ACI Prensa

- Guadalupe y San Juan Diego

Este miércoles 23 agosto 2023, el Papa Francisco ha dado esta interesante charla sobre Guadalupe y Juan Diego... "la Virgen de Guadalupe se presenta vestida con las ropas de los nativos, habla su lengua, acoge y ama la cultura del lugar: María es Madre y bajo su manto encuentra lugar cada hijo. En María, Dios se hizo carne y, a través de María, continúa encarnándose en la vida de los pueblos. La Virgen, de hecho, anuncia a Dios en el lenguaje más apropiado, el lenguaje materno. También a nosotros, la Virgen nos habla en la lengua materna, la lengua para que la entendamos. Sí, el Evangelio se transmite en la lengua materna. Y quiero agradecer a todas las madres y abuelas que lo transmiten a sus hijos y nietos: la fe se transmite junto con la vida, por eso las madres y abuelas son las primeras en anunciar. ¡Un aplauso a las madres y las abuelas!  El Evangelio se comunica, como nos muestra María, con sencillez: la Virgen siempre elige a los sencillos, ya sea en la colina del Tepeyac en México o en Lourdes y Fátima. Al hablarles a ellos, le habla a cada uno con un lenguaje apropiado para todos, comprensible, como el de Jesús.

Detengámonos entonces en el testimonio de San Juan Diego, que es el mensajero, el hombre, el indígena que recibió la revelación de la Virgen de Guadalupe. Era una persona humilde, un indígena del pueblo: sobre él se detiene la mirada de Dios, que ama realizar prodigios a través de los pequeños. Juan Diego abrazó la fe siendo ya adulto y casado. En diciembre de 1531 tenía aproximadamente 55 años. Mientras estaba en camino, vio en una colina a la Madre de Dios, que tiernamente le llamó "mi querido hijo Juanito" (Nican Mopohua, 23). Luego lo envió al Obispo para pedirle que construyera un templo justo allí, donde ella había aparecido. Juan Diego, siendo simple y disponible, fue con la generosidad de su corazón puro, pero tuvo que esperar mucho tiempo. Finalmente habló con el Obispo, pero no le creyeron. ¡Cuántas veces los obispos! (mueve la cabeza). Se encontró nuevamente con la Virgen, quien lo consoló y le pidió que lo intentara de nuevo. El indígena regresó al Obispo y, con gran esfuerzo, lo encontró, pero después de escucharlo, lo despidió y envió hombres para que lo siguieran. Aquí está el esfuerzo, la prueba del anuncio: a pesar del celo, surgen imprevistos, a veces incluso desde la propia Iglesia. Para anunciar, en realidad, no basta con testimoniar lo bueno, es necesario saber soportar lo malo. El cristiano hace el bien, pero aguanta el mal, todo junto. La vida es así. Incluso hoy, en muchos lugares, se requieren constancia y paciencia para inculturar el Evangelio y evangelizar las culturas; no hay que temer los conflictos ni desanimarse. Pienso en un país donde los cristianos son perseguidos porque son cristianos, y no pueden vivir su religión en paz. Juan Diego, desanimado, le pidió a la Virgen que lo dispensara y que encomendara a alguien más respetado y capaz que él, pero se le instó a perseverar. Siempre existe el riesgo de una cierta renuncia en el anuncio: cuando algo no va bien, uno se retrae, se desanima y se refugia tal vez en sus propias certezas, en pequeños grupos y en algunas devociones intimistas. En cambio, la Virgen, mientras nos consuela, nos impulsa a seguir adelante y, de esta manera, nos hace crecer, como una buena madre que, mientras sigue los pasos de su hijo, lo lanza a los desafíos del mundo.

Juan Diego, así animado, regresa al Obispo, quien le pide una señal. La Virgen se lo promete y lo consuela con estas palabras: "No se turbe tu rostro ni tu corazón: [...] ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre?" (ibíd., 118-119). Es hermoso esto. La Virgen tantas veces cuando estamos en la desolación, en la tristeza, en la dificultad, nos lo dice también a nosotros, en el corazón. "No se turbe tu rostro ni tu corazón: [...] ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre?". Siempre cercana, para consolarnos y darnos fuerzas para seguir adelante. Luego le pide que suba a la árida cima de la colina a recoger flores. A pesar de ser invierno, Juan Diego encuentra flores hermosas, las coloca en su manto y las ofrece a la Madre de Dios, quien le pide que las lleve al Obispo como prueba. Él va, espera pacientemente su turno y finalmente, ante el Obispo, abre su tilma, que es lo que usaban los indígenas para cubrirse, mostrando las flores y he aquí: en la tela del manto aparece la imagen de la Virgen, esa extraordinaria y viva que conocemos, en cuyos ojos todavía están impresos los protagonistas de aquel entonces. Ahí está la sorpresa de Dios: cuando hay disposición y obediencia, Él puede hacer algo inesperado, en momentos y formas que no podemos prever. Y así se construye el santuario pedido por la Virgen y hoy se puede visitar.

Juan Diego lo deja todo y, con el permiso del Obispo, dedica su vida al santuario. Él recibe a los peregrinos y los evangeliza. Eso es lo que ocurre en los santuarios marianos, destinos de peregrinación y lugares de anuncio, donde cada uno se siente en casa. Es la casa de la madre, es el hogar de la madre, y experimenta la nostalgia del hogar, la nostalgia del Cielo. Ahí, la fe se recibe de manera simple y genuina, popular, y la Virgen, como le dijo a Juan Diego, escucha nuestras lágrimas y alivia nuestras penas (cf. ibíd., 32). Aprendemos esto: cuando hay dificultades en la vida acudamos a la madre, cuando la vida es feliz, también acudamos a la madre para compartirlo. Necesitamos dirigirnos a estos oasis de consuelo y misericordia, donde la fe se expresa en la lengua materna; donde depositamos las fatigas de la vida en los brazos de la Virgen y volvemos a vivir con paz en el corazón. Quizás con la paz de los niños. 

 https://www.aciprensa.com/noticias/100747/catequesis-del-papa-sobre-san-juan-diego-audiencia-general-del-miercoles

viernes, 2 de octubre de 2020

- La Virgen nunca nos abandona

Santa María de Guadalupe, la Madre de Dios y nuestra Madre, nunca nos abandona, Ella está de pie delante de la Cruz de su Hijo; y así, Ella está de pie delante del dolor, del sufrimiento y de la muerte, pues a través de la cruz es el único camino a la Resurrección; por lo tanto, Ella está al pie delante del dolor, del sufrimiento y de la cruz en nuestros días, especialmente, ante el Coronavirus o el Covid-19; Ella se mantiene ahí junto con nosotros, porque es nuestra madre y nos ama más de lo que nosotros nos imaginamos, Ella es quien afirma tener el honor, la dicha y la alegría de serlo; Ella se ha comprometido con cada una uno de nosotros, es la Madre de todos, Ella afirma que es la Madre de: “los que me amen, los que me llamen, los que me busquen, los que confíen en mí.” (Nican Mopohua, v. 31).

La Virgen de Guadalupe jamás nos abandona, desgraciadamente somos nosotros quienes la abandonamos, al no creer en Ella, al no buscarla, al no confiar en Ella, al rechazar su presencia en nuestro hogar y en nuestro corazón; al expulsarla de nuestros lugares de trabajo, de nuestros colegios y universidades; al descartarla de nuestra sociedad y de nuestra vida. Somos nosotros quienes la abandonamos y, con ello, pensamos que nosotros somos esos dioses; y, precisamente, ahora está enfrente de nosotros esta tremenda realidad: un virus, que ni siquiera lo podemos ver, y sin embargo, nos puede matar, un microscópico virus que nos puede destruir; la realidad es que no somos dioses, sino criaturas, criaturas débiles y limitadas.

Ella está delante de nuestro sufrimiento y dolor para ofrecernos a Aquel que es el Agua Viva, la Luz eterna, para darnos su más grande amor, su Hijo, su amado Hijo para sus amados hijos.

Ella, con su mirada misericordiosa, nos sigue amando e invitando a seguir de su mano por el camino seguro hacia Jesucristo; Ella nos ama tanto, que nos lleva en el cruce de sus brazos en el hueco de su manto; Ella nos ama tanto, que a pesar de que la abandonemos, Ella está ahí, atenta al más mínimo sentido de aceptación para darnos todo su amor; Ella nos llama tanto, que a pesar de nuestros pecados y limitaciones, Ella nos confirma que tiene el honor y la dicha de esta elección de parte de su Hijo, de entregárnosla desde la cruz del dolor y de la muerte, paso a la vida eterna, como nuestra Madre; Ella nos ama tanto, que nunca nos abandona, nosotros nunca la abandonemos.

- María de Guadalupe nos hace familia de Dios


 Es Jesucristo el que viene en el Inmaculado vientre de su Madre, Santa María de Guadalupe, del 9 al 12 de diciembre de 1531. Exactamente en un tiempo importante, la Virgen Santísima les habló a los indígenas, no sólo en náhuatl, sino con aquel venerable aliento, venerable palabra, que toca el corazón, sí… la Madre de Dios en persona, se presenta ante el humilde Juan Diego y pide la edificación de una “casita sagrada”, que los indígenas, como Juan Diego, captaron, perfectamente, que lo que Ella pedía era una nueva civilización del Amor de Dios, y que en esa “casita sagrada”, Ella ofrecería a su Hijo, su Amor-Persona, como Ella lo llama. Una “casita sagrada” que es familia, que es templo, que es Iglesia.

A través del Espíritu Santo, Nuestra Señora de Guadalupe quiere esta “casita sagrada”, y con ello, Ella quiere que entendamos que somos familia, somos la única familia de Dios, y así llamar a nuestro prójimo: “hermano”.

Somos esa comunidad del amor de Dios; y es aquí donde brota el amor por el prójimo, y nos hace a todos capaces de dignificar lo que somos: templos del Espíritu Santo. La Virgen de Guadalupe elige a un indígena como su intercesor para este proyecto de salvación y, en él, deposita toda su confianza, y le pide que vaya con el obispo para que apruebe esta “casita sagrada” que tanto desea; no fue fácil, pero lo que más angustió a Juan Diego era la próxima muerte de su tío anciano, Juan Bernardino. Esta adversidad tan grande dio pie para manifestar la maternidad misericordiosa y maravillosa de Santa María; es precisamente en este momento de agonía en donde se hace realidad lo que ya le había confirmado: era su Madre.

La Virgen se lo vuelve a decir de una forma tan vital y profunda que todavía se escucha a través de los tiempos y espacios: “No tengas miedo ¿Acaso no estoy yo aquí que tengo el honor y la dicha de ser tu Madre?” (Nican Mopohua, v. 119), esta profunda afirmación, le hace recordar cuando Ella le había ya dicho: “yo me honro en ser tu madre compasiva, tuya y de todos los hombres que vivís juntos en esta tierra, y también de todas las demás variadas estirpes de hombres; los que me amen, los que me llamen, los que me busquen, los que confíen en mí. Porque ahí, en verdad, escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores».” (Nican Mopohua, vv. 29-32).

La venerable palabra, el venerable aliento, de Santa María llegó hasta el corazón del indígena, y esto hace que se ponga de pie, y se rehace con fe y esperanza y, al mismo tiempo, el mismo se confirma en su dignidad de ser hijo de Dios e instrumento del amor divino.

Ahora, para el indígena, es un honor ser parte de esta historia de salvación y le pide a su Madre la señal para llevarla al obispo. Cuando el indígena le lleva al obispo la señal florida, bien cuidada en su tilma, el humilde laico también es testigo, no sólo de cómo la Imagen de la Virgen de Guadalupe se plasmó en ella, sino de cómo Ella tocó el corazón del obispo y cómo se arrodilló y lloró lleno de emoción ante la verdad de Dios.

En ese momento el obispo hospedó en su casa a Juan Diego, y esto significa que estamos en presencia de la familia unida en el amor misericordioso de nuestra Madre, plasmada en la tilma y en Ella, Jesucristo, en su Inmaculado vientre. Estamos ante la familia, “la casita Ante Dios nuestro Padre todos somos sus hijos, ante Jesucristo todos somos sus hermanos, ante el Espíritu Santo todos somos su templo. Somos esa única familia de Dios.

Y Ella fue quien evangelizó y convirtió al ser humano desde el corazón con su venerable aliento, venerable palabra: “¿Acaso no estoy yo aquí que tengo el honor y la dicha de ser tu Madre?” Santa María de Guadalupe nos hace familia de Dios.

- María de Guadalupe, la mejor misionera

 Santa María de Guadalupe, primera discípula y misionera de Jesucristo, Estrella de la evangelización, quien danza en fiesta y oración centrada en la Eucaristía, corazón de la nueva Civilización del Amor, Ella forma Iglesia, es Madre de la Iglesia.

Todo esto converge asombrosamente con la visión de san Juan en el libro del Apocalipsis cuando dice: “Después tuve la visión del Cielo Nuevo y de la Nueva Tierra. Pues el primer cielo y la primera tierra ya pasaron; en cuanto al mar ya no existe. Entonces vi la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, del lado de Dios, embellecida como una novia engalanada en espera de su prometido. Oí una voz que clamaba desde el trono: «Esta es la morada de Dios entre los hombres, fijará desde ahora su morada en medio de ellos y ellos serán su pueblo y él mismo será Dios-con-ellos. Enjugará toda lágrima de sus ojos y ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas porque todo lo anterior ha pasado.»” (Ap 21, 1-4).

Jesucristo ofrece su plenitud, por medio de Santa María de Guadalupe. Gracias al mensaje guadalupano se da una de las más importantes reconciliaciones y conversiones; es el gran mensaje lleno de amor, un mensaje que pudiéramos también evocar de esta forma: que la vida del ser humano, su mundo, su cultura, su civilización, en una palabra, que su ser no acababa sino que se transforma y es Jesucristo su plenitud; todo lo que los mismos indígenas esperaban en su corazón, pero habían llegado a considerar que era simplemente impensable que el Dios creador del universo pudiera siquiera fijarse en ellos como tantos cantos mexicanos lo expresaban con gran melancolía…

Por ello, los indígenas quedaron atónitos ante la realidad de que el Dios verdadero, el Dador de vida, se hacía presente en medio de ellos y nada menos que por medio de su Madre, quien manifestaba que también es Madre de todos los seres humanos. Todo, absolutamente todo, de lo que ellos podrían haber anhelado, era inmensamente superado con este encuentro de Dios, el Dueño del cielo y de la tierra, por medio de Santa María de Guadalupe.

jueves, 12 de diciembre de 2019

- Ella, la gran misionera de México

Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de un pueblo nuevo
En las dos décadas posteriores a la conquista de México apenas se produjeron conversiones. Y, de repente, en solo seis años casi nueve millones de indígenas pedían fervorosamente el bautismo. ¿Qué había pasado?
México, 1531. Tenochtitlán ha caído y con él el poderío azteca ante la coalición de españoles y pueblos sometidos encabezada por Hernán Cortés. Pero los monjes que acompañan y siguen a las tropas en la conquista de Nueva España están desconcertados y desanimados: apenas hay conversiones.
El estado de los nativos es deplorable. Sus dioses les han fallado, les han abandonado, no pueden seguir creyendo en ellos; pero eso les lleva a una apatía mortal, viendo en el Dios de los ‘castillas’ una deidad incomprensible y extraña, ajena a su cultura; el dios del enemigo, en suma. Se multiplican los suicidios y quienes piden el bautismo a los frailes que se afanan con celo heroico, aprendiendo sus lenguas para mejor predicarles, son muy pocos, una porción ínfima de los bendecidos.
Y, de repente, a partir de ese año, es la explosión. En solo seis años se hacen bautizar nueve millones de indígenas; las crónicas hablan de bautizos multitudinarios, de sacerdotes con los brazos paralizados y doloridos de pasarse horas y horas sin parar de administrar el bautismo a riadas de entusiastas conversos de todos los pueblos de la Nueva España.
¿Qué había pasado? ¿Cómo podía explicarse este prodigio, nunca antes visto en los anales de la historia de nuestra fe?
Lo que pasó lo cuenta un documento contemporáneo escrito en la ‘lengua franca’ de México, el nahuatl, el Nican Mopohua, cuyo título completo, traducido al español, es “Aquí se cuenta se ordena como hace poco milagrosamente se apareció la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios, nuestra Reina; allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe”.
De cómo la Virgen se apareció en el cerro del Tepeyac al indígena Cuauhtlatoatzin (“El Que Habla Como Águila”), bautizado hacía no mucho con el nombre de Juan Diego, y de la maravillosa tilma con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que aún puede verse en su santuario, puede hablarse sin cuento y sin dejar nunca de resultar interesante, pero no fue solo el prodigio en sí lo que arrastró a las masas indígenas a la fe. No fue el qué, fue el quién.
Porque la ‘muchachita’ -como la llama el propio Juan Diego- que se aparece en Tepayac, como delatan sus rasgos, no es una ‘castilla’. Pero tampoco es una indígena: es, intrigantemente, un tipo nuevo que aún ni siquiera existía apenas cuando se apareció, pero que sería omnipresente en todo México y en toda la América Hispana en pocas generaciones: una mestiza. La Virgen se presentaba al humilde Juan Diego como la primera de un pueblo nuevo.
La Virgen fue la que supo hablar a los indígenas de forma que le entendiesen, la que les presentó a Su Hijo en un lenguaje y con una formas que les fueran familiares. Ella misma le habló, no en español, sino en sus lengua nahuatl, identificándose como “coatlallope”, “la que aplasta la serpiente, y como “tlecuauhtlapcupeuh”,  “la que viene de la región de la luz como el Águila de fuego”. Fue este nombre, incomprensible para los españoles, el que estos oyeron como semejante a ‘Guadalupe’, asociándolo a una advocación muy venerada en España, en la Basílica construida por Alfonso XI en 1340.
María, en el Tepeyac, se dirige a los indígenas no solo en su lengua, sino también usando sus referencias culturales, sus expresiones, su mentalidad; les dice, en fin, que Su Hijo no es meramente el “dios de los castillas”, sino que también es el suyo porque también murió por ellos.
Los conquistadores vieron en los sangrientos ritos y mitos de los aztecas una “religión del diablo”, y es cierto que se trataba de un culto que se complacía con la sangre y los sacificios. Cada año sacrificaba al menos a 20.000 hombres, mujeres y niños a sus dioses sedientos de sangre, extrayéndoles el corazón palpitante y practicando el canibalismo ritual con su cadáver. Y en algunos festivales especiales como la consagración de algún nuevo templo, los sacrificados al dios serpiente Quetzalcoatl llegaban a 80.000 en una sola ceremonia.
Pero nada hay tan malo que no quede en ello alguna chispa de bueno, de verdad. Había en la religión azteca mitos más amables e incluso la excusa de toda aquella espantosa carnicería tenía un origen que podía usarse para introducir el cristianismo en aquella cultura. Todas esas miserables víctimas eran sacrificadas a los dioses para que el sol siguiera brillando, y lo que los indígenas acabaron entendiendo, entusiasmados, en buena medida por una Señora que se presentaba ante ellos como una muchachita que les hablaba en términos que les eran familiares, es que aquellos sacrificios eran ya innecesarios porque Su propio Hijo había realizado el sacrificio definitivo.